jueves, 13 de septiembre de 2012
Por: Dulce Ruíz de Chavéz
Suena el despertador y aprietas el botón de “snooze” para disfrutar “5 minutitos más”, cuando te das cuenta han transcurrido cerca de 45 minutos que, desde luego, no disfrutaste, te levantas de mal humor y ¿qué haces? Siempre lo mismo, te bañas en friega, te arreglas y si bien te va, te dará tiempo de tomarte una taza de café, gracias a que dejaste la cafetera programada desde la noche anterior, te vas a la escuela o al trabajo y en la noche te haces el propósito de levantarte en cuanto suene el despertador. Al día siguiente, retumba en tu cabeza ese sonido endemoniado que pretende que despiertes a un nuevo día y que realices todo lo que has venido posponiendo, durante años pero nada cambia, repites la rutina del día anterior.
Y así no sólo pasa un día o dos, sino dejas que esto suceda el resto de tu vida, pospones todo lo que ayer dijiste que hoy harías, ¿por qué? Porque únicamente estamos programados para hacer lo que DEBEMOS de hacer y no lo que QUEREMOS hacer.
Sin duda estamos programados desde pequeños para cumplir con nuestras obligaciones, que en su momento, son muy simples, ir a la escuela, hacer la tarea y portarse bien, pero ¿qué sucede si de niños pretendemos cambiar la rutina? Tal vez no ir a la escuela un día o salir a jugar unos minutos antes de hacer la tarea, las consecuencias son fatales, no sólo se trata de que desde niños conozcamos las consecuencias de no ir a la escuela, como lo sería tener que copiar todos los apuntes o irse a dormir más tarde por haber jugado PlayStation toda la tarde, lo que implicó que iniciaras tus tareas casi llegada la noche. La consecuencia es terrible como por ejemplo estar recibiendo sermones ya sea de tu mamá, tu jefe o el maestro. Comienza desde temprana edad la amenaza de lo que va a decir la sociedad.
De ahí que te programas para siempre hacer lo que tienes que hacer y en su lugar, omitir todas y cada una de las actividades que lejos de surgir de la obligación, nacen de la voluntad y entrando a la edad adulta, no te atreves a hacer absolutamente nada que te agrade, que se aleje de tus deberes o de lo que la sociedad espera de ti, porque “soy un adulto y no puedo comportarme como si tuviera 15 años” ¡Por favor! Ojalá todos los días hiciéramos algo que realmente nos gusta, nos apasiona y no dejarlo para cuando haya tiempo, el mañana es incierto para todos.
Estamos mal, Debemos de comenzar a cambiar la rutina, dejar de apretar el botón de snooze en nuestra vida, ni modo vivimos en sociedad y tenemos que cumplir con ciertas obligaciones de carácter personal y moral, pero por favor, que ello no implique dejar de ser quienes somos, de actuar como mejor nos convenga a nosotros mismos. Les recuerdo que al final, la única obligación que tenemos en realidad, es vivir, no actuando como robot, haciendo las cosas en automático, sino dándonos el valor y el respeto para disfrutar cada uno de nuestros momentos.
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