miércoles, 29 de agosto de 2012

Fumar...



Hoy me quedé pensando en mi experiencia con un vicio que he arrastrado a lo largo de los últimos dos o tres años de mi vida: El cigarro. Creo que esta reflexión no es sólo para los fumadores sino para todos, porque muchas veces no nos damos cuenta de con qué nos estamos enfrentando.

Cuando yo empecé a fumar lo veía como algo muy casual, inofensivo.  Nunca pensé que alguien fumaría por el sabor que el cigarro tiene, se me haría absurdo que alguien escogiera este hábito por el sabor. Fumar siempre se me hizo una forma de socializar. El típico “cigarrito” que no puede faltar cuando estás en el café echando el chisme con tus amigos, o fumar en los antros y en las fiestas siempre ha sido algo bien visto, e incluso necesario.

Al principio, por supuesto, fue muy difícil. Tenía la ansiedad de fumar, el morbo, pero claramente no sabía hacerlo. Me acuerdo que a los 16 años me escondía en el baño con un cigarro que había agarrado de la cajetilla de mi tía. Trataba de fumar como había visto a todos hacerlo, pero al dar el primer jalón al cigarro, inmediatamente empezaba a toser, compulsivamente.

Fue cuestión de poco tiempo después, cuando en una fiesta, un amigo me enseñó a fumar. “No fumes con la boca nada más, ¡dale el jalón!” me decía.  Y después de varios intentos fallidos en los que tosía y tosía, por fin lo aprendí. Fue una sensación de liberación. Fumar siempre fue algo que me hizo “sentir bien”.  Y así siempre ha sido.

Es entonces que me di cuenta que fumar no sólo  nos trae un placer fisiológico. No sólo es la nicotina alterando tus sentidos y relajándote inmediatamente, sino que el hábito de fumar viene también de un placer psicológico.  

Veámoslo de frente. El sabor del cigarro no es llamativo como para volverte adicto. Si lo comparas con cualquier cosa que comes, el cigarro es de las que peores sabe. Sin embargo, cuando fumas, sabe bien. Es esa sensación de relajación que te dan los químicos que contienen pero también es ese placer psicológico que conlleva fumar socialmente, es esa sensación de “me siento bien” y “pertenezco”. El cigarro y el alcohol son las dos drogas aceptadas socialmente a un nivel generalizado.

Es aquí cuando me di cuenta que fumar es algo que se toma a la ligera. Nunca pensamos en el daño que nos estamos haciendo. Decimos: “¡Ay, estoy perfecto! El cáncer y el enfisema solo son para personas que llevan toda su vida fumando, o que se fuman 10 al día.”  Se impresionarían si les digo cuántas veces he escuchado esta opinión de diferentes personas. Piensan que están perfectas, que realmente se están haciendo muy poco daño. Lamentablemente es todo lo contrario.

Caí en cuenta del daño que me estoy haciendo “desde ahora” cuando después de un fin de semana de fiesta, de fumar descontroladamente y de divertirme, llegaron las inevitables consecuencias.  Me desperté una mañana de domingo, crudo, con dolor de cabeza. Eso era algo normal pues lo atribuí al alcohol. Lo que me sorprendió era el terrible dolor de garganta que me aquejaba. Me dolía incluso al pasar agua, tenía una inflamación terrible. El médico me dijo que no era una reacción a bacterias ni una infección viral, sino que el cigarro me estaba provocando bronquitis.

Y no una bronquitis ligera. Pasé dos semanas tosiendo, con dolor de garganta y enfermo y tuve que suspender mis múltiples actividades deportivas. Claramente no podía nadar y hacer hip-hop o body pump con esa inflamación en la garganta y esa tos. Me sentí pésimo.

Me di cuenta que esa muy pequeña satisfacción que me estaba produciendo el fumar me estaba haciendo un enorme daño en mi futuro.  Si ahorita es una bronquitis que me hizo no nadar por dos semanas (una de mis actividades favoritas), en 20 años podría ser un enfisema pulmonar, un cáncer, o incluso restarme años de vida.

Y no solo eso, me hago daño a mí mismo y a los que me rodean.  Mueren 600,000 personas al año por el daño que les provoca el humo de fumadores cercanos.

Fue como una wake-up call que me obligó a darme cuenta de lo que estoy haciendo, y a tomar la decisión de dejar este hábito.
 Me complació ver que hay muchas opciones que te ayudan a ir dejando este hábito, si eres muy apegado a él.  Y más aún me sorprendió mucho más saber que después de unos días de dejar de fumar, el cuerpo se libera de la nicotina, se estabiliza la presión arterial y después de unos meses los pulmones se limpian poco a poco y la salud va poco a poco regresando.  Diez años después de dejar de fumar, la propensión de un ex fumador a la de un no fumador de tener un infarto cardiaco es casi igual. ¿Ya te convencí?

Yo hasta ahorita sigo fumando, pero mucho menos que antes. Me complace decir que poco a poco lo estoy dejando. Baby steps. He pasado de fumar una cajetilla a la semana a fumar unos dos o tres cigarros por semana. Y espero que en un futuro pueda decir que ya no fumo nada. RL







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